lunes, 25 de julio de 2011

Parteras que reviven la memoria histórica de Coyaima

A sus 86 años de edad, María Ema Tique de Prada es poco lo que puede caminar. Sin embargo, acude lo más rápido que puede para atender a la paciente que en contados minutos dará a luz.
Con la práctica y usando como referencia las capacitaciones que la acreditan como una partera con experiencia, María Ema se para frente a la cama para extender sus envejecidas manos sobre el estómago de la mujer y con un suave masaje acomodar la criatura, mientras repite una y otra vez, frases que intentan apaciguar el dolor y darle tranquilidad a la madre.
“Abuelita”, como cariñosamente la llaman los habitantes del pueblo, hace 40 años que es partera. Recomienda previo al parto beber “agüitas” de yerbabuena, canela o de hoja de naranjo, “eso ayuda a que el nacimiento sea rápido y menos doloroso”, dice la anciana. Cuando el bebé está atravesado -dice la partera-, se tantea para saber dónde está la cabeza y los pies, y si están sentados, “con modito se le va dando la vuelta, cuando ya se quedan quietos, uno sabe que la ubicación es la perfecta para el nacimiento”.
Hoy día, María Ema ve pasar por las calles de Coyaima centenares de personas, ya con hijos y nietos, que alguna vez recibieron sus brazos.

Hombres de Chenche Amayarco
A cuatro kilómetros del casco urbano, separado por una carretera intransitable en la que apenas logran pasar las bicicletas, está el resguardo Chenche Amayarco. Un lugar donde viven cerca de mil 500 familias indígenas, ahí la procreación es casi que permanente. Tiberio Poloche, un hombre de 52 años, es el encargado de hacer los controles en esta comunidad porque sus otros dos compañeros ya están demasiado viejos para atender a las mujeres embarazadas de Amayarco. “Llevo 15 años atendiendo casos. Soy el
encargado de hacer los controles y preparar a las mamás por medio de masajes acomodando al pequeño para luego remitirlas al hospital”, comenta.
Aunque para los médicos profesionales, esta práctica es inviable porque, según ellos, no es una técnica medicinalmente recomendable, para la comunidad indígena el éxito del nacimiento consiste en acomodar al bebé días antes y minutos previos a su llegada y prepararlo para que por primera respire el aire.

La llegada

Un alcohol, una tijera cortante y unos hilos son los tres elementos básicos que tiene cualquier partero o partera de Coyaima en su casa.
Tan pronto nace el niño, se procede a que tome agua con azúcar según Poloche para prevenir
cualquier clase de infección. Mientras tanto, durante los días siguientes la mujer deberá tomar el agua de estiércol de chivo para evitar una hemorragia. Para Tiberio, los casos más complicados se presentan con las primerizas, “es entonces cuando el partero debe saber que tan recomendable es tener el bebé en el campo o mejor remitirla al hospital, pues hoy en día la gente no se alimenta como antes, por eso hay mujeres tan débiles que no resisten y es mejor que las vea el médico del pueblo”, asegura. Para que el niño nazca pronto, comenta el partero, es importante calentar a la madre, “usamos un traguito de aguardiente y con eso
los cuerpos de ambos reaccionan”.
El 60 por ciento de las mujeres indígenas de la comunidad Chenche Amayarco, evitan ir a parir en el hospital porque según sus experiencias son lastimadas con masajes bruscos por los encargados, los cuales buscan sin piedad la salida de la placenta.
“Lo que hacemos en Amayarco es ponerlas a soplar una botella y así sale el resto del cordón” Además por la distancia el servicio de transporte es escaso, “hemos tenido casos donde por medio hamacas las hemos bajado hasta el hospital”.

Un rezo antes del parto
Antes de comenzar con el nacimiento, Tiberio Poloche encomienda el momento al Dios de la naturaleza, luego invoca a los espíritus y continúa con un rezo para que el bebé que viene en camino llegue dichoso en salud.

El mal de ojo y los espíritus
Cuentan los indígenas de Coyaima que para librar a los niños del mohán y la mohana, dos espíritus malignos de apariencia bella que se manifi estan en los charcos hondos, es necesario ahumar a los niños con una fumarada de tabaco, luego el pequeño se ata y se reza para apartarlo de la maldad y la enfermedad. También es conocido ligar al bebé para evitar el mal de ojo. “Hay gente que se enamora de ellos hasta que los enferma”, sostiene Rosalía Poloche. Entonces es cuando con un azabache de diferente forma eso depende si es niño o niña y amarrado con una cuerdita a la muñeca se reza en nombre del hijo.

El adagio al agua: mal de coco
Aunque los tiempos han cambiado, aún en las comunidades indígenas las creencias ancestrales se conservan. De acuerdo con Rosalía Poloche, una indígena de Amayarco, al recién nacido se le debe curar con cabalonga y cedrón para que al momento de pasar por una quebrada, el adagio al agua llamado mal de coco no los persiga
.
“Es como un viento que les coge a los niños en el estómago, les produce dolor, fi ebre y desesperación hasta que mueren”, asegura. Testimonios de coyaimunos afirman que muchos niños han muerto
de este mal, y que en el hospital no tienen la cura para esta enfermedad. Es entonces, cuando recurren a las parteras ancianas para que éstas con un menjurje de aceite, tabaco, zasafrán y limoncillo soben al bebé y sea librado

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